viernes, 24 de julio de 2009

Vinos de autor: Cuando la firma define al vino

Hace años que existe en nuestro país una pequeña pero apreciable categoría de Vinos de Autor. No necesariamente son exclusivos, a la manera en que un Kenzo puede hacer tal vestido para una personalidad, sino más bien caldos pensados y llevados a cabo con la firme convicción de su creador, por romper los moldes de las tendencias en nombre de lo que cree debiera ser su vino.


Etiquetas como Ricardo Santos, Carmelo Patti, Pura Sangre y Yacochuya, que van rubricadas por sus hacedores, son buenos ejemplos clásicos de lo que significa esta categoría en Argentina. Pero la autoría no es sencilla de definir, aunque parece más simple cuando se habla de otros consumos conocidos: Vargas Llosa es autor de La Fiesta del Chivo, John Lennon de Imagine y Stanley Kubrick de Odisea en el Espacio. Pero, quién es el autor de un vino centenario, pongamos un Pétrus o un Chateaux D’Yquem, ¿una persona o un viñedo?


La discusión es larga. Están quienes niegan toda autoría a una botella y quienes afirman a rajatabla que hay un hombre detrás de una etiqueta. El sentido común, sin embargo, nos dice que cuando algún enólogo o bodeguero le planta su firma, él es su autor. Pero no siempre una rúbrica sirve para garantizarlo.

Creación versus resultado natural


Ahora bien: si es verdad que el viñedo y el terruño –la suma de factores que determinan un vino- son claves para su sabor y estilo, cómo es posible que una mano iluminada pueda ser su secreto, en la misma medida en que Miles Davis es el genio detrás So What. La autoría de una etiqueta reclama un sello estilístico propio y en eso se parece al logro de un compositor, aunque no plenamente.


En el vino trabaja un equipo complejo, pero que no figura en el crédito final (por obvias razones de espacio). Desde el viñatero que poda y da forma a las vides, al ingeniero agrónomo, al enólogo y al propietario de la bodega, todos son responsables de que un vino sea sólo bueno o genial. A excepción del bodeguero y el enólogo, el resto del equipo suele brillar por su ausencia en los aplausos.

Los autores reales


Pero hay casos en que casi todas esas funciones pasan por una sola persona. Casos en los que la mayoría de las tareas de elaboración y las tomas de decisiones están dirigidas por una sola cabeza y es ahí cuando, por regla general, se habla de vinos de autor en el mismo sentido en que se lo aplica a una novela, una composición o una película: el de genio creador.


En los últimos años en nuestro mercado han aparecido un buen número de vinos de autor, con resultados bien diversos. Hoy forman una categoría que se nutre de nuevas propuestas, en la medida en que una camada de enólogos y bodegueros más jóvenes le imprimen su ritmo a los estilos del vino. Además de los consagrados Cabernet Sauvignon de Carmelo Patti, Malbec de Ricardo Santos, Pura Sangre de Ángel Mendoza y el Yacochuya de Michel Rolland, hay tres autores que merecen especial atención.


En la vanguardia estilística, el enólogo Héctor Durigutti elabora Malbecs y Bonardas que se sostienen solos en las góndolas, sin necesidad de mayores explicaciones: la evidencia del sabor frutal convence a cualquier descreído. Su marca es Durigutti a secas y los vinos no siempre son fáciles de conseguir.


Familia Schroeder tiene una línea de vinos de autor dentro de su portfolio: los Barrel Fermented. Leonardo Puppato, el enólogo e ideólogo del Malbec y el Pinot Noir, logra tal independencia estilística, abriendo un campo que hasta ellos no existía en nuestro país. Sobrevuelan la boca con sabor profundo y suave tacto de seda, inolvidables.


Mauricio Lorca es el tercer integrante de esta camada joven. Enólogo, apostó por los vinos sin madera desde el vamos, cuando sacó su gama Ópalo allá por 2004, hoy extendida con Fantasía y Poético. En cualquiera de ellos, pero especialmente en el Malbec Ópalo, Lorca consigue un paso suelto y fresco que marcan su personal rumbo dentro del mercado local.

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